ADVERTENCIA: Esta apreciación de la obra “El Santo Papita y otras historias populares” de Juan Avila Medina, la realizo en mi condición de un simple lector.
ADVERTENCIA: Esta apreciación de la obra “El Santo Papita y otras historias populares” de Juan Avila Medina, la realizo en mi condición de un simple lector.
UN LIBRO CON OLOR A CAMPO
El libro “EL SANTO PAPITA Y OTRAS HISTORIAS POPULARES” nos hace voltear el rostro hacia el lugar donde se produjeron los acontecimientos que en esa obra de sesenta páginas nos narra su actor Juan Ávila Medina. Y sorprende que el escenario sea un pueblo que, como distrito, tenga menos de un siglo de existencia, pero sin embargo tiene mucho que contar. Esto se explica porque aquel poblado está ahí desde mucho antes. Tamarindo, cuando no se llamaba así era parte de la parcialidad del cacique Amotaxe o pertenecía al cacicazgo de La Chira, campos regados por el caprichoso río Turicarami, hoy llamado Chira. Luego con la invasión hispana se convirtió en una pampa que fue también como se le conoció, hasta que, según cuentan, la fertilidad del valle hizo nacer un árbol de la familia de las fabáceas, de origen africano: el tamarindo, cuya presencia sirvió de faro, de guía, de sombra, de oasis de los caminantes, arrieros, mercachifles y comerciantes que se daban cita en él para iniciar sus operaciones en los diversos poblados. Gracias a la bondad del clima del lugar la gente empezó a poblarlo y a llamarlo tal como aquella planta que quizá se convirtió como su tótem o su árbol tutelar: TAMARINDO.
Mucho ha progresado Tamarindo en estos últimos tiempos. Se ha construido mucho, pero creo que nada se estaba haciendo por el rescate y reconstrucción de esa larga tradición e historia que viene desde más allá de los orígenes del distrito, hasta que un hijo de ese pueblo tomó la pluma, recurrió a su memoria, a la de sus ancestros y a la de los viejos tamarindeños y convirtió la oralidad en palabra escrita, lo que garantiza que lo tradicional, lo folklórico, lo mágico, lo fabuloso, lo religioso, etc. que tiene Tamarindo no se perderá. Me imagino lo que le habrá costado a Juan Ávila Medina sacar a la luz este libro el mismo que las propias autoridades deben multiplicar y divulgar.
Juan inicia su libro con el cuento “El animita desconocida” recurriendo a la importancia que en los “pueblos pequeños” se le da a la espiritualidad, convirtiéndola en una especie de fe y religiosidad; tanto que para sepultar a un desconocido los vecinos hacen colectas; y por las circunstancias de esta muerte comenzaron a tenerle fe a la “animita” hasta convertirla en objeto de veneración. Tengo la seguridad que el personaje llamado “El loco Infante” ha sido de carne y hueso por la forma como el autor lo describe, añadiéndole una dosis de gracia y picardía para terminar con el arrepentimiento, propio de la gente de estos pequeños pueblos como Tamarindo.
En el segundo y tercer cuento “El viejo regador” y “El fantasma gigante”, respectivamente, Juan hace de la medianoche el personaje principal, pues a esa “hora pesada” se generan los acontecimientos más fantásticos e increíbles que tienen que ver con el más allá. En el segundo se aprecia la presencia de ánimas bondadosas que están prestas a ayudar, mientras que en el tercero se nota la presencia de las que asustan y que los padres utilizan estos rumores como moraleja o lección para corregir aficiones o costumbres nada sanas de los muchachos.
El escritor y poeta paiteño Vidal Rivas Castillo en su último libro titulado “Antología de escritores paiteños” publicado en diciembre del 2012, ha considerado a Juan Ávila Medina con el cuento “El fantasma gigante”; y eso es positivo en la carrera literaria de este emergente tamarindeño.
Con “El ánima del callejón de Guan”, Juan Avila confirma la teoría muy difundida en esta zona que señala que cuando “el muerto” “pena” es porque ha dejado algo enterrado. Muchas veces “el muerto” da señales a alguien para indicarle dónde están enterrados sus bienes. Se cuenta que ha habido personas que se han enriquecido con algunos de estos entierros. En el caso del cuento de Juan, su personaje, el “mocho Robert” se benefició con varias herramientas y, por otra parte, el ánima descansó en paz.
“La piedra de mortero” es sustraída por Juan Ávila, del marco de la tradición oral tamarindeña y lo ha hecho de una manera artística. Como es un relato de un hecho asombroso pero que mantiene un vínculo cronológico y topográfico con la realidad hay que clasificarlo como género narrativo de leyenda. Esta leyenda tiene una fuerza telúrica que por lo general seduce al hombre, ya sea con riquezas, mujeres hermosas o con tesoros para “encantarlo”, en lo que, por lo general, tiene que ver mucho el demonio, pero que siempre está la contrapartida, como en el caso de esta leyenda que sale como protector de la víctima la parte buena o santa, entablándose la eterna lucha entre el bien y el mal con el saldo casi siempre favorable al bien o Dios.
A mitad de su libro, Juan hace un alto a lo fantástico y regala a sus lectores un cuento titulado “Mi burrito negro” que es una pieza sentimental cargada de afecto y que es una vivencia personal en la que prima la ternura y en la que se puede apreciar que los 43 años de edad que tiene el narrador-autor del cuento, no lo dispensa ni lo exonera de sentirse un niño ni le evita derramar una lágrima, pues así se siente en sus palabras.
Juan Ávila Medina en este libro ha prestado su talento literario para dar vida a lo narrado por su paisano de 85 años de edad, don Alberto Rondoy, y con ello ha sabido entretener e interesar al lector con cuentos de “entierros”, de “encantos”, de caballos que por las noches arrastraban cadenas, de ovejas que asustaban a la gente, del encuentro con duendes, del fabuloso carbunclo, de lucecitas extrañas y muchas cosas más. Estas narraciones bajo el título “Cuenta mi paisano y amigo Alberto Rondoy” son adornadas con “abusiones”, con “creencias”, con “secretos”, etc. los que en conjunto constituyen la identidad tamarindeña, la que gracias a la iniciativa de este acucioso escritor está siendo salvada y dejada como herencia a la posteridad.
Se aprecia que “El gran susto de Martín” es un retrato del comportamiento de los niños del campo, inquietos y traviesos. Este cuento seguramente que ha sido bien utilizado como un disuasivo contra la malcriadez infantil, y también tiene mucho de anécdota y de parábola.
Y como telón de fondo o cuento estelar, Juan ha elegido a “El Santo Papita” que es la narración de la historia y milagros de una estatuilla encontrada en el campo hace muchos años, la misma que se ha metido en los corazones de los tamarindeños, especialmente en los del barrio o caserío de Vista Florida donde ya se ha levantado una capilla en su honor.
Varios diarios y revistas se han ocupado de esta imagen, de sus orígenes y de sus milagros, calificándola como el santo más pequeñito del mundo.
Cuando se concluye la lectura del libro “El Santo Papita y otras historias populares” queda una sensación de hambre por seguir llenándose de tanta tradición, de tantas costumbres y creencias de este pueblo que, dígase de paso, es muy joven distritalmente hablando, en comparación con los distritos con quien limita.
Para escribir este libro, Juan Ávila ha hecho uso del léxico pueblerino local, sin recurrir al cultismo que sé que él conoce. Por eso esta obra se ve auténtica y sencilla. Si se analiza la construcción de palabras nos encontramos con un rico diccionario de uso muy particular, con una gama de palabras propias del campo, de los chacareros, con palabras de antiguo uso.
En esta vez debo referirme a una que me ha llamado poderosamente la atención y que el escritor ha tomado a propósito de labios del poblador tamarindeño y que también se da en otros lugares de nuestra región. Esta palabra sin significar lo que es, se entiende y se acepta así. Está en la página 34 del libro, y el narrador, al referirse al cerro de la piedra del mortero, dice que es un lugar “sólido” y lúgubre. Con la palabra “sólido” que según la Real Academia Española de la Lengua quiere decir firme, macizo, denso o fuerte, Juan se quiere referir a un lugar solitario. Y en realidad en pueblos como La Huaca, Amotape, Tamarindo, Paita, Piura, etc. dicha palabra tiene esa acepción (solitario), sino revisemos el “Dicccionario de Piuranismos” de Edmundo Arámbulo Palacios.
Me alegra sobremanera saber de la existencia de un libro como “El Santo Papita y otras historias populares”, lo que es un gran aporte de Juan Ávila Medina, su autor, a la cultura de la región, y especialmente a la provincia de Paita; quedándome con la esperanza de que dentro de poco, este narrador nos sorprenda con el nacimiento de otro libro de su autoría, que refuerce, que traduzca y que retrate la vida, las costumbres y la forma de ser de la gente del pintoresco pueblo de Tamarindo.
La Huaca, 12 de julio del 2015.
El libro “EL SANTO PAPITA Y OTRAS HISTORIAS POPULARES” nos hace voltear el rostro hacia el lugar donde se produjeron los acontecimientos que en esa obra de sesenta páginas nos narra su actor Juan Ávila Medina. Y sorprende que el escenario sea un pueblo que, como distrito, tenga menos de un siglo de existencia, pero sin embargo tiene mucho que contar. Esto se explica porque aquel poblado está ahí desde mucho antes. Tamarindo, cuando no se llamaba así era parte de la parcialidad del cacique Amotaxe o pertenecía al cacicazgo de La Chira, campos regados por el caprichoso río Turicarami, hoy llamado Chira. Luego con la invasión hispana se convirtió en una pampa que fue también como se le conoció, hasta que, según cuentan, la fertilidad del valle hizo nacer un árbol de la familia de las fabáceas, de origen africano: el tamarindo, cuya presencia sirvió de faro, de guía, de sombra, de oasis de los caminantes, arrieros, mercachifles y comerciantes que se daban cita en él para iniciar sus operaciones en los diversos poblados. Gracias a la bondad del clima del lugar la gente empezó a poblarlo y a llamarlo tal como aquella planta que quizá se convirtió como su tótem o su árbol tutelar: TAMARINDO.
Mucho ha progresado Tamarindo en estos últimos tiempos. Se ha construido mucho, pero creo que nada se estaba haciendo por el rescate y reconstrucción de esa larga tradición e historia que viene desde más allá de los orígenes del distrito, hasta que un hijo de ese pueblo tomó la pluma, recurrió a su memoria, a la de sus ancestros y a la de los viejos tamarindeños y convirtió la oralidad en palabra escrita, lo que garantiza que lo tradicional, lo folklórico, lo mágico, lo fabuloso, lo religioso, etc. que tiene Tamarindo no se perderá. Me imagino lo que le habrá costado a Juan Ávila Medina sacar a la luz este libro el mismo que las propias autoridades deben multiplicar y divulgar.
Juan inicia su libro con el cuento “El animita desconocida” recurriendo a la importancia que en los “pueblos pequeños” se le da a la espiritualidad, convirtiéndola en una especie de fe y religiosidad; tanto que para sepultar a un desconocido los vecinos hacen colectas; y por las circunstancias de esta muerte comenzaron a tenerle fe a la “animita” hasta convertirla en objeto de veneración. Tengo la seguridad que el personaje llamado “El loco Infante” ha sido de carne y hueso por la forma como el autor lo describe, añadiéndole una dosis de gracia y picardía para terminar con el arrepentimiento, propio de la gente de estos pequeños pueblos como Tamarindo.
En el segundo y tercer cuento “El viejo regador” y “El fantasma gigante”, respectivamente, Juan hace de la medianoche el personaje principal, pues a esa “hora pesada” se generan los acontecimientos más fantásticos e increíbles que tienen que ver con el más allá. En el segundo se aprecia la presencia de ánimas bondadosas que están prestas a ayudar, mientras que en el tercero se nota la presencia de las que asustan y que los padres utilizan estos rumores como moraleja o lección para corregir aficiones o costumbres nada sanas de los muchachos.
El escritor y poeta paiteño Vidal Rivas Castillo en su último libro titulado “Antología de escritores paiteños” publicado en diciembre del 2012, ha considerado a Juan Ávila Medina con el cuento “El fantasma gigante”; y eso es positivo en la carrera literaria de este emergente tamarindeño.
Con “El ánima del callejón de Guan”, Juan Avila confirma la teoría muy difundida en esta zona que señala que cuando “el muerto” “pena” es porque ha dejado algo enterrado. Muchas veces “el muerto” da señales a alguien para indicarle dónde están enterrados sus bienes. Se cuenta que ha habido personas que se han enriquecido con algunos de estos entierros. En el caso del cuento de Juan, su personaje, el “mocho Robert” se benefició con varias herramientas y, por otra parte, el ánima descansó en paz.
“La piedra de mortero” es sustraída por Juan Ávila, del marco de la tradición oral tamarindeña y lo ha hecho de una manera artística. Como es un relato de un hecho asombroso pero que mantiene un vínculo cronológico y topográfico con la realidad hay que clasificarlo como género narrativo de leyenda. Esta leyenda tiene una fuerza telúrica que por lo general seduce al hombre, ya sea con riquezas, mujeres hermosas o con tesoros para “encantarlo”, en lo que, por lo general, tiene que ver mucho el demonio, pero que siempre está la contrapartida, como en el caso de esta leyenda que sale como protector de la víctima la parte buena o santa, entablándose la eterna lucha entre el bien y el mal con el saldo casi siempre favorable al bien o Dios.
A mitad de su libro, Juan hace un alto a lo fantástico y regala a sus lectores un cuento titulado “Mi burrito negro” que es una pieza sentimental cargada de afecto y que es una vivencia personal en la que prima la ternura y en la que se puede apreciar que los 43 años de edad que tiene el narrador-autor del cuento, no lo dispensa ni lo exonera de sentirse un niño ni le evita derramar una lágrima, pues así se siente en sus palabras.
Juan Ávila Medina en este libro ha prestado su talento literario para dar vida a lo narrado por su paisano de 85 años de edad, don Alberto Rondoy, y con ello ha sabido entretener e interesar al lector con cuentos de “entierros”, de “encantos”, de caballos que por las noches arrastraban cadenas, de ovejas que asustaban a la gente, del encuentro con duendes, del fabuloso carbunclo, de lucecitas extrañas y muchas cosas más. Estas narraciones bajo el título “Cuenta mi paisano y amigo Alberto Rondoy” son adornadas con “abusiones”, con “creencias”, con “secretos”, etc. los que en conjunto constituyen la identidad tamarindeña, la que gracias a la iniciativa de este acucioso escritor está siendo salvada y dejada como herencia a la posteridad.
Se aprecia que “El gran susto de Martín” es un retrato del comportamiento de los niños del campo, inquietos y traviesos. Este cuento seguramente que ha sido bien utilizado como un disuasivo contra la malcriadez infantil, y también tiene mucho de anécdota y de parábola.
Y como telón de fondo o cuento estelar, Juan ha elegido a “El Santo Papita” que es la narración de la historia y milagros de una estatuilla encontrada en el campo hace muchos años, la misma que se ha metido en los corazones de los tamarindeños, especialmente en los del barrio o caserío de Vista Florida donde ya se ha levantado una capilla en su honor.
Varios diarios y revistas se han ocupado de esta imagen, de sus orígenes y de sus milagros, calificándola como el santo más pequeñito del mundo.
Cuando se concluye la lectura del libro “El Santo Papita y otras historias populares” queda una sensación de hambre por seguir llenándose de tanta tradición, de tantas costumbres y creencias de este pueblo que, dígase de paso, es muy joven distritalmente hablando, en comparación con los distritos con quien limita.
Para escribir este libro, Juan Ávila ha hecho uso del léxico pueblerino local, sin recurrir al cultismo que sé que él conoce. Por eso esta obra se ve auténtica y sencilla. Si se analiza la construcción de palabras nos encontramos con un rico diccionario de uso muy particular, con una gama de palabras propias del campo, de los chacareros, con palabras de antiguo uso.
En esta vez debo referirme a una que me ha llamado poderosamente la atención y que el escritor ha tomado a propósito de labios del poblador tamarindeño y que también se da en otros lugares de nuestra región. Esta palabra sin significar lo que es, se entiende y se acepta así. Está en la página 34 del libro, y el narrador, al referirse al cerro de la piedra del mortero, dice que es un lugar “sólido” y lúgubre. Con la palabra “sólido” que según la Real Academia Española de la Lengua quiere decir firme, macizo, denso o fuerte, Juan se quiere referir a un lugar solitario. Y en realidad en pueblos como La Huaca, Amotape, Tamarindo, Paita, Piura, etc. dicha palabra tiene esa acepción (solitario), sino revisemos el “Dicccionario de Piuranismos” de Edmundo Arámbulo Palacios.
Me alegra sobremanera saber de la existencia de un libro como “El Santo Papita y otras historias populares”, lo que es un gran aporte de Juan Ávila Medina, su autor, a la cultura de la región, y especialmente a la provincia de Paita; quedándome con la esperanza de que dentro de poco, este narrador nos sorprenda con el nacimiento de otro libro de su autoría, que refuerce, que traduzca y que retrate la vida, las costumbres y la forma de ser de la gente del pintoresco pueblo de Tamarindo.
La Huaca, 12 de julio del 2015.
EL LIBRO "EL SANTO PAPITA Y OTRAS HISTORIAS POPULARES" DE JUAN ÁVILA MEDINA
JUAN ÁVILA MEDINA